
Los falsificadores
Dr. Rubén Olachea, UABCS (rolachea@yahoo.com, dvdver.blogspot.com)
Pocas veces tenemos el gusto de ver cine germano-austriaco en la ciudad y esta es una excelente oportunidad para hacerlo: esta película ganó el Óscar a la mejor película extranjera pero aún así es probable que tenga una corrida breve en las pantallas locales, pues la gente no está muy dispuesta a ver una película cuya publicidad no invade nuestro espacio mental ni visual desde la entrada al cine.
Los falsificadores es un excelente título para una película que en su lengua original se llama Die Fälscher, en Canadá se llamó The Counterfeiter y en Estados Unidos se llamó The Counterfeiters. Pónganse de acuerdo: ¿el falsificador o los falsificadores? Bueno, es una pregunta ingeniosa, ambigua y de difícil respuesta, como tantas en esta vida. El personaje principal es el falsificador, pero le asignan un grupo de talentosos prisioneros que para sobrevivir los campos de concentración nazi se volvieron eso: falsificadores de dinero.
Acorde a la presentación de este filme con base en hechos reales, en los campos nazis se perpretó una hazaña criminal de enormes proporciones: se reprodujo con gran exactitud la libra esterlina, hasta quintuplicar las reservas del tesoro del Bank of England, lo cual ya es decir mucho y ello redimensiona la magnitud y relevancia histórica de esta cinta: los nazis estaban en la bancarrota.
La siguiente hazaña por parte del plan nazi era producir millones de billetes de distinta denominación del dólar americano y estos hombres resistieron hasta el final de la guerra, inventando excusas varias para retrasar el proceso, pues se dieron cuenta, por sus filiaciones ideológicas y artísticas que en ese pequeño espacio tipo laboratorio bien se pudo decidir el curso de la historia, por lo menos un triunfo para Hitler.
Karl Markovics es Salomón “Sally” Sorowitsch, un judío ruso que de hecho ya había perdido a toda su familia a manos de la turbulencia política del siglo pasado. Judío que prefería hablar alemán, judío que negaba ser artista cuando lo era, judío cuyo lema se enuncia una sola vez en el film: “no les daré el placer a los nazis de avergonzarme de estar vivo”, frase enigmática si se la piensa, pues tal parece era ese el objetivo de la campaña de terror psicológico emprendido por los falsos arios: avergüénzate de estar vivo. Hoy aplico este lema a mi alrededor y percibo con asombro su perversa eficacia en más de un caso para la araña.
Espero que me entiendas cuando comparo a las películas sobre la segunda guerra mundial con las comedias: como cada nueva adición expande las posibilidades creativas del género, ya no sabe uno qué sigue. A propósito pongo en minúsculas el evento bélico, pues de vez en cuando disfruto minimizar la importancia de eventos tan desvastadores como aquéllos y les dejo la solemnidad gráfica a mis colegas historiadores.
Este es un filme que lo mismo muestra escenas de esplendor y liviandad en los casinos de Montecarlo, El hotel de París, y el champagne es Rostschild (no sidra!) tanto en la preguerra como en la postguerra. Europa, Europa. Pero dentro de los campos de concentración, la miseria humana es inenarrable, aterradora, y debiera ser irrepetible. Visualmente, este film apela a la memoria colectiva, pero la tentación de esta generación del tercer milenio es olvidar y no a propósito, si no por efecto mediático. Yo estoy aquí para impedirlo y otros muchos. Si no alcanzas a verla, por lo menos en dvd, un buen día, con o sin champagne Rostschild.
Dr. Rubén Olachea, UABCS (rolachea@yahoo.com, dvdver.blogspot.com)
Pocas veces tenemos el gusto de ver cine germano-austriaco en la ciudad y esta es una excelente oportunidad para hacerlo: esta película ganó el Óscar a la mejor película extranjera pero aún así es probable que tenga una corrida breve en las pantallas locales, pues la gente no está muy dispuesta a ver una película cuya publicidad no invade nuestro espacio mental ni visual desde la entrada al cine.
Los falsificadores es un excelente título para una película que en su lengua original se llama Die Fälscher, en Canadá se llamó The Counterfeiter y en Estados Unidos se llamó The Counterfeiters. Pónganse de acuerdo: ¿el falsificador o los falsificadores? Bueno, es una pregunta ingeniosa, ambigua y de difícil respuesta, como tantas en esta vida. El personaje principal es el falsificador, pero le asignan un grupo de talentosos prisioneros que para sobrevivir los campos de concentración nazi se volvieron eso: falsificadores de dinero.
Acorde a la presentación de este filme con base en hechos reales, en los campos nazis se perpretó una hazaña criminal de enormes proporciones: se reprodujo con gran exactitud la libra esterlina, hasta quintuplicar las reservas del tesoro del Bank of England, lo cual ya es decir mucho y ello redimensiona la magnitud y relevancia histórica de esta cinta: los nazis estaban en la bancarrota.
La siguiente hazaña por parte del plan nazi era producir millones de billetes de distinta denominación del dólar americano y estos hombres resistieron hasta el final de la guerra, inventando excusas varias para retrasar el proceso, pues se dieron cuenta, por sus filiaciones ideológicas y artísticas que en ese pequeño espacio tipo laboratorio bien se pudo decidir el curso de la historia, por lo menos un triunfo para Hitler.
Karl Markovics es Salomón “Sally” Sorowitsch, un judío ruso que de hecho ya había perdido a toda su familia a manos de la turbulencia política del siglo pasado. Judío que prefería hablar alemán, judío que negaba ser artista cuando lo era, judío cuyo lema se enuncia una sola vez en el film: “no les daré el placer a los nazis de avergonzarme de estar vivo”, frase enigmática si se la piensa, pues tal parece era ese el objetivo de la campaña de terror psicológico emprendido por los falsos arios: avergüénzate de estar vivo. Hoy aplico este lema a mi alrededor y percibo con asombro su perversa eficacia en más de un caso para la araña.
Espero que me entiendas cuando comparo a las películas sobre la segunda guerra mundial con las comedias: como cada nueva adición expande las posibilidades creativas del género, ya no sabe uno qué sigue. A propósito pongo en minúsculas el evento bélico, pues de vez en cuando disfruto minimizar la importancia de eventos tan desvastadores como aquéllos y les dejo la solemnidad gráfica a mis colegas historiadores.
Este es un filme que lo mismo muestra escenas de esplendor y liviandad en los casinos de Montecarlo, El hotel de París, y el champagne es Rostschild (no sidra!) tanto en la preguerra como en la postguerra. Europa, Europa. Pero dentro de los campos de concentración, la miseria humana es inenarrable, aterradora, y debiera ser irrepetible. Visualmente, este film apela a la memoria colectiva, pero la tentación de esta generación del tercer milenio es olvidar y no a propósito, si no por efecto mediático. Yo estoy aquí para impedirlo y otros muchos. Si no alcanzas a verla, por lo menos en dvd, un buen día, con o sin champagne Rostschild.

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